Dado que este newsletter es también una correspondencia, no puedo dejar de comentar tu última carta. No conocí a tu mamá, pero siempre me hablaste de ella. Eso hizo que la sintiera cercana. Me hubiera encantado conversar con ella. Y más sabiendo que era psicóloga. Lo único que tengo para reclamarte es que no me hayas otorgado el gusto de probar una de sus tan solicitadas comidas. Como mínimo, quiero que me cocines una de sus recetas. Mientras no tenga queso azul, acepto todo.
Ahora, adentrémonos en el tema de esta edición:
Unos años atrás, conocí a GP, un hombre de sesenta años vinculado a la política. A raíz de mi trabajo como periodista, GP me ofreció ser la responsable de comunicación de uno de sus proyectos. GP tenía fama de ser moderado ideológicamente y de ser buen operador en términos políticos. Estaba en la cúspide de su carrera. Formar parte de su equipo significaba un gran avance a nivel profesional. Después de reunirme con él en su despacho, me invitó a una comida con el resto de los colegas. La idea era presentarme a su equipo y así, poder empezar a laburar.
La cita fue en Recoleta, barrio dónde estacionar es una verdadera faena. Para evitar el mal trago, fui en colectivo. Cuando llegué, la mayoría ya estaba ahí. Me tranquilizó que no fueran todos hombres. A pesar de la presencia femenina, los nervios de ser la novata no pasaron desapercibidos. A excepción de la secretaria, todos eran más grandes que yo y por lo tanto, con más experiencia. Cuando me ofrecieron una copa de vino, no dudé en aceptarla: si no me rechazaban por principiante, me iban a rechazar por tiesa.
Después del primer vaso de Chardonnay empecé a sentirme a gusto. Las anécdotas sobre el mundo de los medios y la rosca política pinponearon como la pelota en un partido entre Nadal y Federer. Me había ganado el boleto dorado del periodismo. En medio de la función, mi celular empezó a vibrar. Era Nicolás, mi novio. Eran las dos de la mañana y no había contestado ninguno de los mensajes que me había mandado. Atendí. Una de las chicas me escuchó y susurró:
—Tranqui, decile que después te alcanzamos en auto a tu casa.
El cocktail rosquero se alargó dos horas más. Cuando mi conductora designada se levantó para irse, fui detrás de ella. Pero cuando bajamos, descubrí que estábamos en igualdad de condiciones: sin auto.
—Esperemos abajo que seguro alguno nos va a poder llevar—dijo ante mi preocupación.
Fue ahí que GP apareció con su camioneta negra y codiciosa. Era tan amplia que nos podía subir a todos los que necesitábamos un aventón. Cuando me subí, en una extraña maniobra de la realidad, me quedé sola con GP.
—¿A dónde se fueron los demás?
—¿Por dónde vivís?—respondió preguntando GP.
—En Palermo.
—Ah, es cerca— dijo— Dale. Pasate adelante. Te llevo.
Entre la confusión y el deseo de no quedar mal, me pasé a la butaca del acompañante. Camino a mi casa, al departamento donde me estaba esperando Nicolás, GP decidió desviarse. Mi corazón empezó a latir más rápido de lo normal. Las piernas me pesaban y me costaba respirar. Entendí que no podía darme el lujo de tener un ataque de pánico. De lo contrario, iba a ser pan comido. Empecé a respirar con disimulo. No sabía cuál podía ser su reacción si se percataba de lo que me estaba pasando. Estamos hablando de un hombre de metro noventa y morrudo. Le sonreí. Volteé mi mirada al paisaje que se iba deshaciendo. Noté la estatua del león que solía escalar mi ex novio. De los nervios, no recordaba el nombre de la plaza, pero la ubicaba perfecto.
—Mi anterior novio tenía una fijación con ese león— le dije—. Vivía acá nomás. Y mi novio actual también—dije apelando a Nicolás como amuleto.
—¿Qué onda tu novio?
—Es divino. Creo que nunca conocí a alguien tan bueno y dulce como él—tragué saliva—. ¿Vos estás en pareja?
—Siempre tengo algo—deslizó—. Pero todavía no encontré a una mujer tan buena y dulce como tu novio. Aunque—lanzó una risa—... nada.
—¿Qué?—sonreí nerviosa.
—Si estuvieras tan enamorada, le hubieras pedido que te buscara cuando te llamó—dijo.
Se me retorció el estómago. Por más que la adrenalina estuviera viajando por todo mi cuerpo, algunos focos de peligro lograron mantenerse ocultos, sin darme tiempo de prepararme.
—Es que la estaba pasando muy bien—dije y sentí como caía ante el enemigo. GP seguía avanzando por Avenida Libertador. La ausencia del tráfico diurno le había allanado el camino. En poco tiempo, llegamos al barrio de River. —¿A dónde estamos yendo? Quizás, te pasé la dirección de mi anterior casa—dije, pero sabía que no era cierto.
—¿No dijiste que la estás pasando muy bien?—me dijo y no supe si era una pregunta capciosa. Empecé a pensar en cómo hubiera sido la noche si en vez de subirme a esta camioneta, hubiera subido al auto de Nicolás. Me castigué imaginando la noche que no fue.
—Mirá—dijo y su dedo cínico señaló la universidad donde yo dictaba clases. —Para que veas que te escuché durante la cena—lejos de sentirme halagada, empecé a buscar la manera de salir de ahí.
—Mis hijas van acá y estudiaron lo mismo que vos. ¿No las tuviste de alumnas?—dijo suelto de pecho.
Mientras verificaba si el seguro de las puertas estaba puesto, busqué su apellido entre mis alumnos.
—Creo que no—dije y deseé que nunca se cruzaran en mi aula— No, ¿pero de qué año son?—le pregunté para ganar tiempo.
Tenía que ver la forma de abrir la puerta. ¿Y después? Nunca me había tirado de un auto en movimiento. ¿Y si me lastimaba?
—¿Me escuchaste?—insistió..
—¿Qué? ¿Perdón?—dije y me obligué a volver a la conversación para pasar desapercibida—Eh… no, no. Esa camada no me tocó.
—Que lástima. Se perdieron de una gran profesora. Y si me permitís—no, por favor, no—muy linda profesora.
—Che, ¿qué hora es? Porque ya estaría bueno volver. Si no, va a ser difícil ir a trabajar—dije apelando a su ética de trabajo.
Saqué el celular para responderme la pregunta que acababa de hacer. Eran casi las cinco de la mañana. Pero eso no fue lo único que me angustió. No tenía ningún mensaje de Nicolás. ¿Y si se había enojado? Él me había ofrecido buscarme. Pero yo elegí seguir tomando.
—¿Ningún mensaje de tu amado?—dijo y me estremeció que haya espiado mi celular.
—Estoy muy cansada—dije. Bostecé para que me creyera. Volví a pensar en la noche que no fue. Solo quería que esto se terminará y volver a mi casa —Che, si te da fiaca llevarme, me puedo bajar acá y me tomo un bondi.
—Tranquila, no tengo apuro—dijo y siguió derecho.
Pasó la General Paz. Y ahí, perdí completamente el rumbo. Como buena porteña, siempre que fui a zona norte fue en modo expedición. No tenía una noción nítida ni de las calles, ni de los lugares. Volví a sentir las piernas pesadas. Mi pecho estaba cubierto de puntadas. ¿Y si me violaba? ¿A dónde me estaba llevando? Volví a mirarlo. Tenía una sonrisa brillante en su cara. Parecía un cartel luminoso. Me volví a sentir pequeña. Él podía hacer lo que quisiera conmigo.
—¿A dónde estamos yendo? Ya es tarde.
—Que ansiosa estás. Ya, ya, ya llegamos—y así fue.
Cinco minutos más tarde, frenó ante lo que parecía ser una especie de playa, pero con pasto. En cuanto escuché que sacó el seguro de la puerta, me bajé. No vi ninguna parada, ningún auto, ningún puesto de revistas, ningún quiosco, ninguna persona. Él se bajó también. Le di la espalda. Y contemplé mi cuerpo. Necesitaba cerciorarme de que estaba bien, de que seguía vestida, de que él no me había tocado. Pensé en correr. ¿A dónde? No tenía idea. ¿Y si era peor? ¿Y si se enojaba y me alcanzaba? Y me iba a alcanzar. Haber sido la más rápida en el colegio no me iba a servir de nada. Tres pasos míos eran uno de él. Volví a mirarlo. No podía entender cómo un hombre sin ningún atractivo físico que me duplicaba en edad podía pensar que algo entre nosotros fuera posible. Reproduje la noche. Quería acordarme qué cosas había dicho o hecho que lo hayan provocado. Me froté las manos y me di cuenta de que estaban transpiradas. Un escalofrío me transpiró en la nuca. Volví a respirar, ya no sé si con disimulo o no.
—¿Querés volver?— preguntó.
—¿Me vas a llevar a mi casa? ¿Sí o no?—dije casi gritando.
—Sí—respondió cansado de tanto correr.
Volvimos al auto. Y yo volví a subirme adelante. Pero esta vez, no emití palabra. Dio una vuelta en U y sentí cómo se liberaba un poco mi pecho. Pegué mis ojos a la ventana. Necesitaba ver cómo se rebobinaba el camino. Cruzamos la General Paz. Pasamos la universidad. Pasamos la estatua del león.
—¡Acá!—rompí el silencio—¡Acá! Acá tenés que doblar—le dije y obedeció.
Aproveché el mareo que le había provocado la caza y le pasé otra dirección. No quería que supiera dónde vivo. Tampoco quería que me vieran los vecinos. Ni que el portero me viera bajarme del auto de un hombre a las 6 de la mañana. Era de día. La luz del sol rebotó en la cara de GP. Vi el lunar que salía de su papada. Me pareció repulsivo. Le agradecí. Y justo antes de bajarme, se inclinó hacia mí y dijo:
—¿Te puedo dar un beso?.
— No— y me bajé.
Me había salvado.
No pude dormir. Llegué. Me cambié. Y fui a la oficina como si nada hubiera pasado. Terminé llorando con mi jefa en las escaleras. Me contuvo y dijo que me fuera a casa a descansar. Tomé el subte, pero al llegar a la estación Agüero, seguí de largo hasta Belgrano. Necesitaba a mi mamá. Porque por más que me había salvado de ser violada o incluso, asesinada, no me había salvado de la trampa en la que sí caí. Me sentí una estúpida. La mami, con 30 años más que yo, me enseñó que todas, de alguna manera u otra, habíamos pasado por algo así. Pensé en el “no” al final del viaje. En cómo muchas no pueden decirlo. Porque la situación las supera. Por necesidad.
Quise denunciarlo. Nicolás quería matarlo. Me enterneció que fuera tan meticuloso como lo es con el resto de las áreas que componen su vida.
—Ya hablé con Mario—un amigo de él con un prontuario delicado—y me dijo que me acompaña—dijo entusiasmado de su primera hazaña criminal.
—¿Ah sí?—le dije entre lágrimas de emoción. Me aliviaba que su reacción haya sido defenderme, entenderme y no enojarse conmigo.
—Sí, lo vamos a agarrar a ese gordo asqueroso y lo vamos a cagar a piñas—dijo mientras imitaba a Rocky Balboa— No sabe con quién se metió.
Ninguna de esas cosas sucedieron. Mi papá, abogado y muy creyente, me dijo que le de tiempo al tiempo. Le hice caso. Unos meses más tarde, salió a la luz una causa donde GP estaba imputado por malversar fondos públicos.
Tremendo Miru lo que contas y que bien tu vieja donde te trasnmite tranquilidad, que pena que las mujeres tengan que pasar por eso alguna vez en la vida. Gracias por contar
Lo tengo aún en mi mente….
Asqueroso