El otro día volví de jugar al tenis, prendí la tele y, como un autómata que no puede dejar de hacer otra cosa, me tiré en el sofá a ver el US Open. Estaba jugando la número 3 del mundo Coco Gauff contra su compatriota Emma Navarro. Las dos son del sudeste americano, esa zona húmeda donde en el pasado se expandían grandes plantaciones de tabaco, los latifundios y la esclavitud. Gauff es morena de Georgia, Navarro es caucásica de Carolina del Sur. No conocía a Navarro y me produjo curiosidad de inmediato. Estaba vestida con un enterizo FILA color crema. Su pelo lacio lo tenía atado. La cara adusta de Navarro se mantuvo despejada gracias a un sistema de hebillas que no permitía ningún mechón rebelde. Hay algo en el gesto técnico de su servicio que me cautivó. Navarro picó la pelota tres veces, no perdió tiempo y con la yema de sus dedos de la mano izquierda lanzó la pelota hacia el cielo bien alto. Muy alto, como en general lo hacen los tenistas de Europa Central. En el transcurso, su cuerpo se contorsionó hacia atrás con la raqueta roja por encima de su cabeza. Su mano izquierda se mantuvo señalando al cielo la línea que la ley de gravedad iba hacer volver la trayectoria de la pelota. No es un movimiento desconocido para mí. Lo ví millones de veces en jugadores profesionales. Pero Navarro tenía una consistencia y una fé admirable en esa pausa antes del impacto.
Ví todo el partido, Gauff fue la contracara, hizo 19 doble faltas y si bien se llevó un set, no pudo contrarrestar el impulso ganador y la confianza de Navarro. Mientras se abrazaban en la red yo me quedé pensando en el momento en que la pelota queda suspendida en el aire en el servicio, en el silencio que se da en ese momento en todo el estadio, en esa pausa necesaria antes de un intercambio. Los diálogos entre personas tienen esas pausas para que el interlocutor tenga el tiempo de procesar la información que le están transmitiendo. Sin pausa intencional no hay diálogo, aparece el ruido blanco de alguien que quiere ocupar todo el espacio sonoro, dominar la conversación con su barullo verbal. Una discusión es eso, un barullo verbal donde no hay silencio, ni argumentos.
En el lenguaje musical los silencios tienen su notación, siempre me sorprendió que al silencio se lo podía escribir. Si un silencio de corchea antecede una corchea el resultado rítmico es un contratiempo. Se escucha el sonido en el levare del pulso, un efecto estético que los bateristas conocen muy bien. El silencio de corchea es casi imperceptible pero cambia la dinámica rítmica de una canción. En ocasiones eso pasa con los grupos de personas pero el resultado puede ser dispar. Muchas veces en las dinámicas de grupo se consolida la endogamia y cualquier disrupción a esas reglas no escritas es percibida como una perturbación, una amenaza del orden, un contratiempo. En otras ocasiones, alguien disruptivo se transforma en un capital valioso para un grupo.
Hace poco escuché una anécdota. Stewart Copeland cuenta que él y Sting vivían de ser músicos sesionistas. Eran la sección rítmica en grabaciones de estudio de distintas bandas. En esa faena ambos conocieron a muchos músicos. Pero un día apareció en un estudio un guitarrista con grandes cualidades y tuvieron una sesión tope de gama. El guitarrista se llamaba Andy Summers. Al poco tiempo Copeland y Summers se encontraron en el subte de Londres y fueron a tomar un café. Mientras se ponían al día Summers dijo:
—¿Sabés qué? ¡Vos y ese bajista tienen algo! Pero ustedes me necesitan en la banda y yo acepto el trabajo.
Copeland lo cuenta entre risas, amor y admiración. Sabe que a Summers le da vergüenza cuando lo cuenta pero que ese hecho encapsula todo su poderío como músico. En el primer ensayo de The Police, Copeland propuso varios temas punk. Ese género tiene varias reglas: pocos acordes, un ritmo rápido y letras contestatarias. Es paradójico que para mostrarse rebelde había que sostener reglas estrictas. En ese contexto de aturdimiento punk Summers le enseñó a Sting como invertir acordes y a partir de ahí empezaron componer muchas de las canciones con el estilo distintivo de The Police. La disrupción de Summers fue bienvenida por Sting. No se cerró a las reglas del punk, encontró un músico con quién componer canciones de diferentes géneros que ni él mismo pensaba que podía hacer.
Imaginate Miru todo lo que nos hubiésemos perdido si Copeland y Sting se hubieran empecinado con el punk. Bandas hay muchas. Pocas con el eclecticismo de The Police. El nombre de la banda se lo deben a que el padre de Copeland fue agente de la CIA pero también se rumorea que era parte de un chiste: si tres rubios caucasicos iban a tocar un genero de resistencia negra como el reggae entonces había que burlarse de sí mismos con el nombre de la banda. En 2007, después de una pausa de 21 años, The Police se volvió a juntar. Ese año Stewart Copeland declaró: “The Police nunca se separó, sólo tuvo un año sabático un poco largo, en el cual conseguimos nuevos trabajos, nueva vida, pero en el que nunca olvidamos que pertenecíamos a este grupo.” Gracias a ese sentido de pertenencia tuve la chance de verlos ese año en el hipódromo de Baltimore. A veces las pausas duran décadas en otras lo que tarda en caer una pelota.
En realidad la pausa siempre dura lo que nosotros queremos, depende de nuestros pensamientos y de nuestras acciones, porque los únicos que nos limitamos o no, somos nosotros.
Es mi humilde opinión.
¡Genio!