—Así que les leés poesía a las chicas. ¿Les lees en la cama? ¿En el oído? ¡Cara rota!—dijo Flor mientras con los palillos de madera se servía una porción de sushi y sonreía.
—Por qué. ¿Querés que te lea?
—Nah— respondió mientras largó una carcajada.
—Cómo te gusta bardear, Flor.
—¿A mí? No. Es que todo es tan predecible. La literatura es un ámbito bien de chicas. Cazas en el zoológico.
—Igual el público cautivo me la baja. Siempre hay que ser visitante.
—Qué querés decir.
—Leerle a una chica en una situación de seducción no tiene nada de malo. Pero transformarse en un artista que impone su arte como los que están en el transporte público dentro de un vagón de subte es un poco insoportable.
—Pero esos tipos no tienen otra—dijo Flor con responsabilidad social.
—Algunos no tienen otra, otros sí tienen otra y se imponen igual en un trayecto. Pero no es a donde quiero ir. Siempre está bueno que la gente, la audiencia, se sienta invitada. El que quiere, viene. Pero lo realmente bueno, lo realmente desafiante para el que lee es cuando no conocés a nadie. Un día te voy a llevar a una lectura de poesía.
—¿Para qué? ¿Para mostrarme a tus groupies?
—Dale, boluda. Bajate un poco del bardeo… No hay tantas fans, la poesía es un género medio de nicho. En general son tertulias de entrecasa, entre amigos. Y eso está muy bien. Pero en las lecturas donde sos visitante sentís si el texto es bueno o no. Si gusta o no. Es una forma de salir del juego endogámico.
—Ya me hablas en difícil, Martincho.
—De grupo cerrado. Eso quise decir. Cuando lees de visitante sentís la aspereza de la gente que no te conoce. Sentís que la atención es un recurso escaso, se esfuma. Tenés muy pocos minutos en los que te prestan realmente atención.
—Y las chicas a las que les lees en la cama, ¿te prestan atención?
—Habría que preguntarle a ellas. No sé.
Flor se sonríe mientras deja pasar un suspiro de silencio. Apoya la copa en la mesa en cámara lenta. Me estira la mano con la intención de reconciliar. Entiendo que toda esa escena de celos es una farsa solo para sacarme de quicio. Le extiendo mi mano. Nos agarramos solo unos segundos. La suelto.
—Seguro que te escuchan, galán.
—Jajajaja, lo importante en una lectura es no pasarse de rosca.
—¿Qué querés decir con pasarse de rosca?
—En mi opinión, no hay que explicar lo que vas a leer. Leelo y chau. A nadie le importa tu historia de vida. La lectura tiene que ser como una canción de Ramones. Una canción punk. Leer poquito y retirarte a tiempo. Veo mucha gente que no se va a tiempo. Si el poema es bueno, queda. Repercute.
Florencia piensa y me mira de costado. Me estudia con sus ojos oscuros. Su pelo lacio cae sobre su hombro izquierdo. Solo dos botones de su camisa blanca están desabrochados. El domingo se termina y ella está cansada.
—Toda esta conversación la podríamos haber tenido mucho tiempo atrás—dice simulando una ebriedad que todavía no tiene.
Me río. Miro sus uñas color rojo claro y sus dedos entrelazando la copa. Le pega un beso al Chandon que trajo, su mueca sobradora de tenerme contra las cuerdas no se le borra de la cara. Siento que no vale la pena ponerme a la defensiva, de hecho estoy disfrutando de la situación. Cuando la conocí hace dos años se acababa de separar de su marido con tres pibes. Coincidimos en un all-inclusive, pero no se prendía a ninguna actividad, siempre se sumergía a leer en unos sofás que estaban en el comedor principal. Vi que estaba leyendo a Milena Busquets y me acerqué. Le conté que estaba por publicar mi primer libro de poemas y le pregunté si había leído “Poeta Chileno” de Alejandro Zambra. Las conversaciones eran cortas. Ella siempre se quedaba dormida. Estaba filtrada de cansancio y deprimida. Una de las veces que me acerqué me di por vencido. El último día, en el desayuno, antes de la despedida, pasé por todas las mesas a saludar a cada familia con la que habíamos disfrutado esa semana y Flor me dio su teléfono por iniciativa propia. Lo guardé en mi lista de contactos sin hacerle una pérdida.
—¿Por qué nunca me llamaste?
—Sé esperar.
—Dale, boludo. Contestame.
Me recosté en el respaldo de la silla y dije:
—Qué sé yo. Te acababas de separar. Te dormías. Nunca sentí tu atención. Estabas sobrepasada, deprimida. Yo ya había estado ahí, en esa situación. Tuve que seguir y esperar. Como la poesía.
Me encantó :) Pasen y lean esta nueva edición de No Hay Con Quien Hablar donde Martín nos habla de la poesía ¿como herramienta de cortejo?
Sin duda !
A tenerlo en cuenta!
Pura galantería